viernes, 27 de marzo de 2009

Estamos en-madrados

Qué enmadrado está este niño. Tiene mamitis. No se despega de su madre.
No dejas a mamá ni un momento. Este niño te va a consumir.
Te estás dejando. Luego va a ser tarde.
Le tienes muy consentido. Hace de tí lo que quiere.

Todos los días, varias veces al día.
Tengo que escuchar cada cosa...

Y cuando no me lo dicen directamente,
se lo dicen al niño. Y tiene quince meses.

Hay mucha presión social para evitar la vinculación afectiva con los bebés.
No está bien visto dar la teta cuando ya andan, dormir abrazados, cargarlos casi todo el día, no dejarles llorar, permitir su exploración del mundo, su juego expontaneo y caótico, su iniciativa de movilidad...

Está mal visto estar siempre disponible como campamento base.
No se entiende que para ser independiente, primero hay que ser dependiente

Tampoco está bien visto respetar los procesos internos del niño: a toda costa se nos empuja a la estimulación temprana. Si no le repites ma-má, pa-pá, ca-ca, muy clarito delante de su cara parece que no aprenderá a hablar nunca; o a caminar si no le llevas de las mamos; hay que enseñarle a encajar piezas, a abrir y cerrar, a subir y bajar. Si no lo haces, si tienes en cuenta que lo hará por sí solo imitándonos, cuando sus conexiones neuronales y su desarrollo fisiológico le empujen a hacerlo, es a lo ojos de los demás, muy "peligroso". De ahí las superventas de los Baby Einstein, los CDs interactivos, y los juguetes de luces y canciones chillonas. Nadie quie tener un hijo menos estimulado que el de su vecina.

Hay mucho miedo a que no sean seres autónomos, y a la vez seres sociales.
¿Dónde ha quedado la confianza y el repeto por el ser humano?
Los homínidos somos sociales y curiosos por naturaleza.
La humanidad se basa en el respeto al otro, el respeto íntimo a la diferencia.
Por eso la importancia del enmadramiento. Aquí radican las bases de la persona.

Por supuesto que traen libro de instrucciones: los bebés nos leen lo escrito, somos nosotros los que no escuchamos, los que nos empeñamos en no observar, no dar lo que piden, no atender sus llantos, expulsándoles de nuestro lado y privándonos de la única oportunidad de conectarnos de nuevo con nuestra humanidad más íntima.

Los bebés son generosos, están dispuestos a compartir con nosotros su descubrimiento del amor, del dolor, del miedo, de la esperanza, de la creación, la ciencia y el arte. Por eso estamos tan enmadrados, hay que estar muy juntos para no perdernoslo.

jueves, 12 de marzo de 2009

De violencias invisibles

No puedo encontrar una imagen para completar esta entrada.

Estoy dándole vueltas a una idea de Laura Gutman:

"Todo pedido que el niño manifiesta, de cualquier tipo, es inmenso si el adulto que lo materna no tolera un deseo diferente del propio. O bien si no tolera la integración y la convivencia de dos deseos.
Estamos hablando así de violencia emocional. Aunque el término nos parezca exagerado y creamos que la violencia sólo se ve en la televisión o se lee en las noticias de sucesos de los periódicos, la violencia, como fenómeno individual y colectivo, es sencillamente esto: la imposibilidad de que convivan dos deseos en un mismo campo emocional."

Ahora entiendo la lucha. Cuando subo del parque no veo más que abuelos, padres, madres, cuidadores luchando constantemente con los niños. Y entiendo cuando me dicen que si le consiento todo. Sí, todo. Porque todo no es incompatible con lo mío.