jueves, 6 de agosto de 2009

2 Agosto, 2009. Luanco.

Llegamos esta mañana, salimos pronto, buscando la complicidad de la madrugada para que el niño viniese dormido, y no lo hizo hasta mitad del camino. Debía de notar nuestra excitación por las vacaciones, tan deseadas y necesarias este año. Casi no me acuerdo de cómo viví la espera de ellas el verano pasado, debía de estar tan enfrascada de mi reciente maternidad que me daba igual un sitio que otro. Este las he cogido con tantas ganas que los últimos días se me han hecho insoportables, demasiado calor, demasiado cansancio, demasiado trabajo hacer la maleta. Estaba deseando llegar aquí, donde mi madre, fiel asistente, ayuda inestimable, sabia silenciosa que, no compartiendo ni la mitad de mis maneras de hacer, asiente y respeta, colabora y apoya. Y como no, nos tenía la comida preparada. Sabe a gloria, sobre todo cuando no tienes que pensar qué hago hoy, qué compro, cómo me organizo. Solo descansar. Solo disfrutar.
Y nada más desembarcar, me encuentro una amiga de la infancia. Jugábamos juntas, bueno, con ella y con sus cinco hermanos. Recordamos cómo pasábamos el día en la calle, incluso cómo nos preparaban aquellos bocadillos de cena para tener más tiempo para jugar. Las excursiones, las escapadas, los escondites, solos. Jugábamos sin la mirada aprobadora o la censura de los padres, eso podría venir después si no quedaba más remedio que rendir cuentas. Una época en la que no había móviles, ni chalecos reflectantes para ir por las carreteras de pueblo en pueblo. Solo nos acompañaba su padre cuando había chorizada en la Isla del Carmen, por aquello de encender fuego, supongo. Y entonces era uno más, nos reíamos, cantábamos, contábamos chistes, bromas sin picardía. Claro, de eso último muy poco, porque aunque nunca lo dijeron abiertamente, eran del Opus. Ese tema no se mencionaba, nuestras diferencias eran patentes, pero no nos importaban. Recuerdo aquello como otra característica más, son muchos en casa, rezan al medio día, van a misa por la tarde, siempre están juntos, hay una jerarquía de mando en casa, se organizan muy bien, la madre está de nuevo embarazada, ya no conocemos a los pequeños… Pero nunca dijimos nada raro o despectivo en mi casa, y yo me encontraba tranquila. Mis amigos eran aceptados. Hoy es una madre de familia numerosa, tiene 5 niños. Preciosos, guapísimos vestidos iguales, esos niños educados que te saludan con un hola qué tal, y no te dan la mano no sé porqué. De esos que quedan bien en cualquier parte, los puedes llevar a un restaurante, a merendar, a visitar un pariente, a donde quieras, no dan guerra, no molestan, no se les oye a penas. Saben estar. Solo usan la maquinita en el coche, y la comparten por turnos de 10 minutos. Han estado de turismo por Castilla, vistando catedrales, interesándose por todo. Y los padres parecen que no hacen nada, les sale expontáneo, sin esfuerzo, los niños ya se organizan solos, se ayudan unos a otros, y la madre dice que está de vacaciones, que está descansando mucho y vive como una señorona.
Ahora pienso en mí. En mi niño, en mi marido, en mis vacaciones y en mí como señorona de mi casa. Estoy un poco preocupada en cómo vivirá Pelayo su experiencia con la arena. Ultimamente no soporta el roce de la tierra con la piel de los pies. Pica, pica, dice. El agua sí le gusta mucho, pero claro, en la playa hay arena por todas partes, y es inseparable del agua. ¿Cómo lo hará?. Quizás necesite que esté llevándole en brazos un tiempo, claro que no sé cuánto tiempo será, a lo mejor un par de días, o menos, o más. Es un misterio. A lo mejor llora, pide que nos marchemos de allí. Como le pasó en la piscina el otro día, por la hierba. Y es posible que pueda descubrir la arena, con un montón de posibilidades interesantes. Necesitará nuestra compañía en ese proceso. Nuestra paciencia, nuestro apoyo y saber estar a su lado. Tengo intención de acompañarle en ese descubrimiento, pase lo que pase. Sigo siendo su campamento base, no hay prisas en que el pequeño explorador decida irse solo a pasear.
Mi hijo, con sus 19 meses no es el típico niño sonriente que se va con cualquiera. No. Es el otro, el que te observa fijamente, sin apenas sonrisa si no te conoce, no te hablará, se esconderá tras mi cuello, y necesitará un tiempo prudencial hasta que él considere. Quizás no le gustes nunca, o quizás enseguida entable una relación contigo. Depende solo de su criterio. No es un niño de esos para enseñar: besa a fulanita, saluda, cómo se dice. No es de los que se ponen por delante en plan carrocería de muestra: mira lo que sabe hacer el niño, o lo gracioso que está. No es un niño del que tengamos que presumir o que temamos ser juzgados por lo que haga o diga. No es el independiente. Ni el autónomo. Ni siquiera el introvertido o tímido que se guarde sus cosas. Mi hijo es una persona íntegra. En crecimiento, en fase de aprendizaje, con necesidad de estar acompañado por sus padres en este momento vital. Necesita sobre todo que le miremos, y que le veamos tal y como es. Por eso me asusta mucho los domadores de niños, los que tratan de educarles, de enseñarles, de corregirles, de doblegarles. Me horrorizan los que presumen de cómo son los niños de dóciles, de independientes, de educados. Porque nunca hablaría así de un amigo, de mi pareja o mi madre. Es una falta de respeto por su individualidad, ignorancia absoluta de lo que es un niño, y una falta grave de ética. Independientemente de la religión que profesemos, de la ideología que tengamos, o del dinero que manejemos en esta economía de libre mercado. Los niños no son bienes de consumo de los padres. No son inversiones económicas , tampoco son los productos evaluables del estatus adquirido. No se mide el amor por resultados, sino por el amor actual. En esto no vale aplazamientos.
Por eso, porque le tengo un profundo respeto como ser humano, estoy a su lado. Y si pide teta, brazos, mimos, sentarse un ratito en el suelo, o jugar con el agua del bidé, pues aprovecharemos el tiempo de vacaciones, donde los ritmos son lentos. Aprovecharemos para ver a la familia, pero no rendiremos cuentas de lo bien o lo mal que nos ha ido este año, y por supuesto defenderemos este espacio íntimo de crianza con uñas y dientes, que cada cual haga lo que mejor le parezca. Compartiremos durante este mes la alegría de estar juntos, de querernos, de estar vivos, y de seguir aprendiendo cada día un poco más. Y ahora, sí, me siento como una señorona veraneante. Ahora sí.