lunes, 23 de noviembre de 2009

Rabietas

Mi niño se despertó de la siesta, llorando, gritando. Me acerqué para consolarlo, pero no me dejó. Me apartaba con violencia. Mi niño es un ser cariñoso, amoroso, blandito, una ternura. Se había despertado siendo otro. Gritaba, pataleaba, se estiraba de los pelos, retorcía sus pequeñas manos como apartando algo que yo no podía ver. Pensé que quizás estaba soñando, y le dí unas caricias, se enfadó mucho más. Si le hablaba, se ponía peor; si le cantaba, gritaba: “no, no, no mami, no”. Y entonces recordé haber leído algo sobre las rabietas. Algo que tenía que ver con respetar su proceso interno. Tomé aire y me dispuse a acompañarle. Me vi asomada a una ventana distinta.

Miré el reloj, quería comprobar cuánto tiempo llevaría aquello, y cómo lo llevaría yo. Me senté en la cama, cerca, pero dejándole sitio para que pudiese retorcerse, rodar, patalear, bracear, estirarse y encogerse a su gusto. Puse unas almohadas en el cabecero para evitar que se golpease. Le hablaba bajito, casi con un susurro, para no molestarle, pero suficientemente firme para que notase que estaba allí con él. Le decía cosas como: “estoy contigo, estoy aquí, si me necesitas estoy aquí, a tu lado, estás haciendo un trabajo muy intenso, tienes mucha rabia, tienes mucho enfado, puedes sacarlo todo, te quiero, estoy de tu lado, estamos bien, toma el tiempo que necesites, estamos bien...” Al principio mis palabras me sonaban raras, hablarle de esta forma a un bebé de casi dos años no es muy habitual, y aunque sí lo es entre nosotros, nunca antes habíamos necesitado de este momento de rabieta. Para los dos era una situación nueva.
Mi niño necesitó veintiséis minutos. Acabó sudando, agotado, y rodando hacia mí me dijo: “teta”. Se acurrucó en mi pecho y se quedó dormido.

Yo he necesitado más de una semana para digerirlo.
He necesitado revivir mis propias rabietas de niña, hablar con mi madre. Ella las recordaba muy bien, aún con mucha emoción contenida. Su vivencia como madre dista mucho de la mía como hija, y ambas siendo madres, tan diferentes. Cada cual desde un lugar distinto.

He tenido que elaborar un trocito más de mi propia historia para entenderme, para aceptarme, para quererme más. Ahora sé qué ocurre. Sé que si no se sacan en su momento, en su forma, con un buen acompañamiento, sin culpabilizarnos, sin guerras de poder, sin pretender transformar nada ni reprimirlas, entonces, hay esperanza. Para liberarnos de la rabia de forma sana. Para no llevarla anclada durante años en el cuerpo, y que salga en forma de enfermedad o de agresión.

A la semana volvimos a repetir rabieta. De nuevo al despertar de la siesta. Y esta vez estaba junto a mí su padre, sorprendido, respetuoso. Me encontré más cómoda que la primera vez, y más apoyada, sentía que no quería ver a mi hijo sufrir al mismo tiempo que orgullosa de él. Hizo un trabajo impresionante. Cuando terminó se quedó en silencio, le dije: “¿has terminado?”, “sí, ya, teta” dijo tranquilo. Se acurrucó un momento, y después se puso a jugar, su cara, aún sofocada, reflejaba una felicidad inmensa.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

La gestion de la crisis.

Parecería que estoy perdida, fuera de órbita. Hace un montón de meses que este blog no se ha actualizado. Sin embargo, sigo aquí y más conectada que nunca, con la conciencia más abierta.

No puedo evitar sentirme preocupada por la sociedad que voy viendo a mi alrededor. Pienso que me estoy volviendo cada vez más exigente, más analítica, más incisiva. Conmigo misma y con los demás. Por ejemplo, si escucho la radio, la de siempre, la “mía”, me parece superficial, no se tratan los temas en profundidad, parece que la actualidad va tan deprisa que no permite una reflexión. Pienso ahora en el secuestro del barco, el Aracrana. Y me quedo alucinada, parece que si alguien pregunta: ¿qué hacen allí pescando?, ¿es que no se puede dejar de ir a esos sitios tan peligrosos?. Parece que si preguntas, estás fuera de onda. No toca preguntar eso, sino cómo se gestiona “la crisis”. Pero si la crisis es la del mar, el agotamiento de la pesca, los caladeros abandonados porque ya no hay peces comestibles suficientes, la contaminación de las aguas, el hambre y la pobreza extrema de los países del sur, la falta de salidas y vida digna para la gente que, o se vende a las armas, o se muere de hambre. Y la falta de valores humanos, de alegría, de esperanza en una vida mejor. Y otras tantas cosas que están ahí solo para que las miremos, pensemos, reflexionemos y tomemos conciencia. Pero parece que a nadie le importa mucho.
A lo mejor, soy yo. Que desde que me he vuelto vegetariana pienso en lo pequeño. Pienso en mi hijo, en el planeta que le quedará tras nuestro paso. Y me descubro identificándome con la madre que acuna a su hijo africano, a miles de kilómetros de distancia, a solo unas horas de avión. Pensando qué futuro tendrá su criatura, si te tocará ser pirata, o esclavo de quién.

A lo mejor soy yo la fatalista, la agorera, la Casandra.

¿Y dónde queda el sentido común?. Dicen que los pescadores tienen que ganarse el pan, sí pero los tiempos cambian constantemente, y a lo mejor toca un cambio gordo. También se lo ganaban los gancheros que bajaban troncos por el Tajo, y los cazadores de mamut, hasta que es extinguieron. Somos una especie de borregos raros. No nos damos cuenta de las cosas hasta que las cosas se dan cuenta de nosotros.

Y sigo así. Dándole vueltas a las cosas. Qué se le va a hacer. Porque sigo creyendo que otro mundo es posible.

sábado, 31 de octubre de 2009

jueves, 6 de agosto de 2009

2 Agosto, 2009. Luanco.

Llegamos esta mañana, salimos pronto, buscando la complicidad de la madrugada para que el niño viniese dormido, y no lo hizo hasta mitad del camino. Debía de notar nuestra excitación por las vacaciones, tan deseadas y necesarias este año. Casi no me acuerdo de cómo viví la espera de ellas el verano pasado, debía de estar tan enfrascada de mi reciente maternidad que me daba igual un sitio que otro. Este las he cogido con tantas ganas que los últimos días se me han hecho insoportables, demasiado calor, demasiado cansancio, demasiado trabajo hacer la maleta. Estaba deseando llegar aquí, donde mi madre, fiel asistente, ayuda inestimable, sabia silenciosa que, no compartiendo ni la mitad de mis maneras de hacer, asiente y respeta, colabora y apoya. Y como no, nos tenía la comida preparada. Sabe a gloria, sobre todo cuando no tienes que pensar qué hago hoy, qué compro, cómo me organizo. Solo descansar. Solo disfrutar.
Y nada más desembarcar, me encuentro una amiga de la infancia. Jugábamos juntas, bueno, con ella y con sus cinco hermanos. Recordamos cómo pasábamos el día en la calle, incluso cómo nos preparaban aquellos bocadillos de cena para tener más tiempo para jugar. Las excursiones, las escapadas, los escondites, solos. Jugábamos sin la mirada aprobadora o la censura de los padres, eso podría venir después si no quedaba más remedio que rendir cuentas. Una época en la que no había móviles, ni chalecos reflectantes para ir por las carreteras de pueblo en pueblo. Solo nos acompañaba su padre cuando había chorizada en la Isla del Carmen, por aquello de encender fuego, supongo. Y entonces era uno más, nos reíamos, cantábamos, contábamos chistes, bromas sin picardía. Claro, de eso último muy poco, porque aunque nunca lo dijeron abiertamente, eran del Opus. Ese tema no se mencionaba, nuestras diferencias eran patentes, pero no nos importaban. Recuerdo aquello como otra característica más, son muchos en casa, rezan al medio día, van a misa por la tarde, siempre están juntos, hay una jerarquía de mando en casa, se organizan muy bien, la madre está de nuevo embarazada, ya no conocemos a los pequeños… Pero nunca dijimos nada raro o despectivo en mi casa, y yo me encontraba tranquila. Mis amigos eran aceptados. Hoy es una madre de familia numerosa, tiene 5 niños. Preciosos, guapísimos vestidos iguales, esos niños educados que te saludan con un hola qué tal, y no te dan la mano no sé porqué. De esos que quedan bien en cualquier parte, los puedes llevar a un restaurante, a merendar, a visitar un pariente, a donde quieras, no dan guerra, no molestan, no se les oye a penas. Saben estar. Solo usan la maquinita en el coche, y la comparten por turnos de 10 minutos. Han estado de turismo por Castilla, vistando catedrales, interesándose por todo. Y los padres parecen que no hacen nada, les sale expontáneo, sin esfuerzo, los niños ya se organizan solos, se ayudan unos a otros, y la madre dice que está de vacaciones, que está descansando mucho y vive como una señorona.
Ahora pienso en mí. En mi niño, en mi marido, en mis vacaciones y en mí como señorona de mi casa. Estoy un poco preocupada en cómo vivirá Pelayo su experiencia con la arena. Ultimamente no soporta el roce de la tierra con la piel de los pies. Pica, pica, dice. El agua sí le gusta mucho, pero claro, en la playa hay arena por todas partes, y es inseparable del agua. ¿Cómo lo hará?. Quizás necesite que esté llevándole en brazos un tiempo, claro que no sé cuánto tiempo será, a lo mejor un par de días, o menos, o más. Es un misterio. A lo mejor llora, pide que nos marchemos de allí. Como le pasó en la piscina el otro día, por la hierba. Y es posible que pueda descubrir la arena, con un montón de posibilidades interesantes. Necesitará nuestra compañía en ese proceso. Nuestra paciencia, nuestro apoyo y saber estar a su lado. Tengo intención de acompañarle en ese descubrimiento, pase lo que pase. Sigo siendo su campamento base, no hay prisas en que el pequeño explorador decida irse solo a pasear.
Mi hijo, con sus 19 meses no es el típico niño sonriente que se va con cualquiera. No. Es el otro, el que te observa fijamente, sin apenas sonrisa si no te conoce, no te hablará, se esconderá tras mi cuello, y necesitará un tiempo prudencial hasta que él considere. Quizás no le gustes nunca, o quizás enseguida entable una relación contigo. Depende solo de su criterio. No es un niño de esos para enseñar: besa a fulanita, saluda, cómo se dice. No es de los que se ponen por delante en plan carrocería de muestra: mira lo que sabe hacer el niño, o lo gracioso que está. No es un niño del que tengamos que presumir o que temamos ser juzgados por lo que haga o diga. No es el independiente. Ni el autónomo. Ni siquiera el introvertido o tímido que se guarde sus cosas. Mi hijo es una persona íntegra. En crecimiento, en fase de aprendizaje, con necesidad de estar acompañado por sus padres en este momento vital. Necesita sobre todo que le miremos, y que le veamos tal y como es. Por eso me asusta mucho los domadores de niños, los que tratan de educarles, de enseñarles, de corregirles, de doblegarles. Me horrorizan los que presumen de cómo son los niños de dóciles, de independientes, de educados. Porque nunca hablaría así de un amigo, de mi pareja o mi madre. Es una falta de respeto por su individualidad, ignorancia absoluta de lo que es un niño, y una falta grave de ética. Independientemente de la religión que profesemos, de la ideología que tengamos, o del dinero que manejemos en esta economía de libre mercado. Los niños no son bienes de consumo de los padres. No son inversiones económicas , tampoco son los productos evaluables del estatus adquirido. No se mide el amor por resultados, sino por el amor actual. En esto no vale aplazamientos.
Por eso, porque le tengo un profundo respeto como ser humano, estoy a su lado. Y si pide teta, brazos, mimos, sentarse un ratito en el suelo, o jugar con el agua del bidé, pues aprovecharemos el tiempo de vacaciones, donde los ritmos son lentos. Aprovecharemos para ver a la familia, pero no rendiremos cuentas de lo bien o lo mal que nos ha ido este año, y por supuesto defenderemos este espacio íntimo de crianza con uñas y dientes, que cada cual haga lo que mejor le parezca. Compartiremos durante este mes la alegría de estar juntos, de querernos, de estar vivos, y de seguir aprendiendo cada día un poco más. Y ahora, sí, me siento como una señorona veraneante. Ahora sí.

miércoles, 29 de julio de 2009

La consciencia desde el principio.

Cuando parí mi niño estaba eufórica. Salí caminando del paritorio, tenía ganas de decirle a todos: he parido, he parido, he parido! un subidón enorme.

El parto fue un trabajo inmenso, un trabajo en equipo. Hice la dilatación caminando por el pasillo del hospital, entre la sala de espera de maternidad y la de pruebas urológicas. Recuerdo que había un montón de viejos pendientes de su próstata, me miraban de tanto en tanto. Pensé que lo suyo era vejez, y lo mío juventud, la vida comenzaba en aquel momento.

Cuando me apretaba el dolor, a la altura de los riñones, me agarraba a la pared, trataba de agacharme, respiraba profundamente y contaba: 1,2,3,4,5.... mi compañero presionaba con sus manos mi espalda, en un masaje liberador, y yo visualizaba las olas del mar, ahora llegan a la orilla, olas de dolor, a cada contracción más cerca estaba de ver a mi hijo, por fín. Cada ola traía un estado de concentración único, me metía cada vez más en mí misma, y en conectarme con mi niño: le decía, venga, desciende, venga, rota, venga, deslízate suavemente, te llega mi amor, te llega mi oxígeno, estamos trabajando muy bien, todo está bien, estamos juntos los tres.

Fueron unos momentos de marea viva, de pronto todo cesaba, bebía agua, descansaba, miraba a los ojos de mi chico y veía que estaba allí, muy cerca, muy conectado. Y de nuevo las olas.

Cuando sentí las ganas de empujar éstas vinieron de improviso, la sensación era de una presión enorme en la zona baja del vientre, y dije: que viene, que está aquí. Si me hubiese quedado en el pasillo posiblemente me hubiese puesto de cuclillas o de rodillas, y en dos empujones hubiese nacido Pelayo. Pero alguien dijo: vamos dentro, y entonces, mi cerebro consciente hizo lo que la madre naturaleza proyecta, entró en miedo, y paró el proceso.

Dentro se pusieron nerviosas las comadronas, no empujes, y cómo se hace? piénsalo, controla, y claro, ahora sé que si piensas no dejas al cuerpo seguir su instinto. Hasta que dije, lo tengo aquí mismo y ahora, entonces ellas entendieron que conmigo no había nada que hacer, que mi instinto era más fuerte que mi razón, que el parto venía rápido. Las contracciones fueron más y más seguidas, las olas agitaban el océano, me mecían, me llevaban, dejé salir el grito, me decían no grites y me daba igual, era un canto de sirena, era una llamada desde lo más profundo: ven, ven, te espero.

Lo que llaman expulsivo fué rapidillo, el niño era pequeño, tenía prisa. Ya no había dolor de ningún tipo, era otra cosa, un éxtasis, como un orgasmo. De verdad, una sensación única de placer. Y de pronto tengo encima un niño: caliente caliente, húmedo, me mira, me quedo enganchada en esa mirada: soy tu mamá le dije, y me miró, él ya lo sabía. Me sentí orgullosa de mi niño, de mí misma, de mi compañero. Me sentí en paz, una paz eterna.

Me despedí de mi placenta, ese órgano creado expresamente para cuidar a mi niño durante tanto tiempo, esa masa viscosa, caliente, palpitante. Si hubiese sido yanomami la hubiese enterrado bajo mi hamaca, si hubiese sido nipona me la hubiese comido. Pero como estábamos en un hospital debieron de tirarla después de que les pidiese tocarla. Adiós, dije, gracias.

Y por qué cuento esto ahora? por qué después de tantos meses? Porque aún hay quien dice que el parto es un riesgo innecesario, que es doloroso, que es un asco, que debiera ser evitable. Porque es peligroso pensar así. Es cierto que gracias a las cesareas se salvan la vida de la madre y del hijo en un montón de casos, menos mal que existe. Y a la vez, las mujeres hemos de reivindicar nuestros partos, somos poderosas diosas que damos vida, somos una fuerza de la naturaleza encarnada en nuestro vientre, estamos preparadas para parir, como para comer, dormir, defecar, es algo tan natural como fisiológico. Y a la vez es una experiencia única, la posibilidad de ser consciente desde el principio de la vida, de poder dar la oportunidad de salir por sí mismo a un hijo. Sí, el bebé tiene que rotar, tiene que descender, tiene que empujar, tiene que gritar, tiene que currárserlo. Y todo adquiere un sentido. La vida tiene sentido, no despojemos del mismo al parto. Seamos valientes, escuchemos nuestros cuerpos, nuestro sentido común, nuestras ganas de locura. Seamos locas, porque la razón tapa la herida y hemos de dejar salir el dolor para ganar el cielo.

martes, 21 de julio de 2009

CRIAR magazine

CRIAR magazine

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Gracias, majo.

Ahora que ando con papeles para renovar la excedencia, me planteo muchas cosas. Por un lado me entran sudores fríos al pensar en volver al curro algún día. Y es que me he desconectado de tal manera, que lo que antes podía ser atractivo, ahora se presenta como tedioso. Por otro, pues que sí que me veo trabajando, quizás no en el mismo curro de antes, pero soy una mujer trabajadora, de eso no hay dudas.

Mi educación fue la de tantas: hija, tú estudia para ser algo el día de mañana. Hija, tú trabaja para no tener que depender de nadie. Hija, gana tu dinerito... Entonces, el trabajo del ama de casa estaba denostado, era un atraso, herencia del pasado. Las que no trabajaban fuera de casa posiblemente eran mujeres sin mucha formación, sin muchas posibilidades laborales. También es cierto que las mujeres habían estado a la sombra del hombre durante años. Y socialmente, en este mundo mercantilista, en esta sociedad capitalista de consumo, la mujer tenía que competir con hombres y con mujeres para salir a la calle. Quizás ahora las cosas han cambiado. No radicalmente, un poco.

¿Y en mi caso? No son pocas las amigas que me preguntan: ¿cuándo te vas a incorporar?, y me aconsejan: "no ves, que el niño crecerá y tendrás que ocuparte en algo, que no te va a necesitar...
¿te vas a quedar siempre en casa?, ¿no te vas a aburrir?, qué pena desperdiciar así tu formación, tu currículum, tu experiencia ".

En cualquier reunión social, surge la pregunta: ¿tú que eres?, si digo madre, sí, pero qué más.
Definitivamente, lo laboral conforma el ser. Y por eso muchas mujeres actualmente no se encuentran "siendo" dentro de casa. Es una carga: las cargas familiares. Me horroriza esa expresión: mujer con cargas.

Yo sigo siendo dentro. Y fuera. Sigo siendo yo. O a lo mejor, no. Ya no he vuelto a ser la de antes. Es verdad que en mí se ha producido un gran cambio interior. Pero eso va seguir así trabaje fuera o me quede en casa.

En un principio me encontraba como "de prestado", es decir, sentía que mi chico trabajaba para mí. Que le debía algo, como ir acumulando un crédito porque él trabajaba por los dos. Ahora siento que cada uno hacemos un trabajo distinto. Que el suyo es duro, ha de salir de casa, y trae la caza a la cueva. Y el mío es duro igualmente, asumo más responsabilidad en la crianza de la criatura, y la cueva ha de estar en condiciones para vivir en ella. Ya no estoy de prestado. Hemos repartido los puestos en este equipo, y funciona.

¿Y qué ocurre con mi felicidad? Pues lo mismo que ocurría antes; que sigo trabajado para ella.

Soy feliz así. Y estoy agradecida a mi compañero de equipo.

Gracias, majo, estamos haciendo algo importante entre los dos. Gracias por tu soporte. Por ponerme los pies sobre la tierra miles de veces este año, por tu paciencia, por tu escucha, por tu energía masculina, por tu saber estar ahí, por tu amor que me inunda.

Gracias. Porque sigo siendo y tú me ves como soy.

viernes, 5 de junio de 2009

La última palabra

"Con niños ya se sabe.
Como te dejes, te come.
Empieza pronto, el niño.
Siempre quiere salirse con la suya.
Tiene que ser lo que él quiera.
No sabe compartir.
No quiere ceder.
Te está echando un pulso.
Tiene mamitis."

Qué pereza!
Todas las simplezas que he de oir a lo largo del día.
Ya lo he dicho otras veces.
Pero esta me sirve para reflexionar.

Cuando los bebés llegan a la edad de aproximadamente año y medio, y empiezan a expresarse energicamente, y no es que antes no lo hicieran, sino que nos hacíamos los tontos, o se les "distraía" más facilmente de su propósito cuando no era de nuestro agrado - otra forma de violencia encubierta-, bueno, pues cuando empiezan a reclamar esto no, esto sí, dame esto, ahora, ya, con gritos, golpes, lloros, mimos... Con una fuerza explosiva, entonces, ¿qué hacemos los adultos?. Quiero decir: ¿qué nos ocurre por dentro?, ¿qué mecanismos se nos ponen en marcha, qué tecla emocional nos tocan?. ¿La ira, la rabia, la depresión, la soledad, la comprensión, la curiosidad?

Creo que la respuesta que demos tiene mucho que ver con la educación que hemos recibido. Si han sido respetuosos con nuestra forma de ser o nos han tratado de modelar, educar, domesticar, manipular..., y además no hemos reflexionado sobre las consecuencias de esto, entonces, solemos contestar repitiendo esquemas, perpetuando normas no escritas: "doma el mimbre cuando está tierno". Y lamentablemente sale la violencia: verbal, física, o reprimida. Porque aunque no nos acordamos, hemos sido violentados brutalmente en aquellos años en los que no tenemos memoria pero quedó en el inconsciente.

Sin embargo, si podemos tener una actitud crítica respecto a nosotros mismos, y nos vemos como un proyecto educativo (seguimos aprendiendo gracias a nuestros hijos, quienes van por delante estimulando el esfuerzo), quizás podamos ver otras cosas. Y no queremos tener la última palabra siempre. Y queremos entender qué ocurre en esa cabecita de año y medio, cuyo cerebro superior aún está formándose, que tiene necesidades concretas: sueño, hambre, calor corporal, contacto físico, regulación emocional... y está ensayando la comunicación de todo esto de forma primitiva, tosca, sencilla.

Entonces, cuando grita, cuando llora, cuando quiere algo y se enfada. No lucha contra nosotros, no está teniendo rebeldía, no tiene que ganar batallas, no.

Jugamos en el mismo equipo.
¿Jugamos?

miércoles, 20 de mayo de 2009

hay vida despues del dolor

A mi peque le están saliendo las muelas.
Se queja, se desespera, muerde todo con rabia.
Se desvela por la noche.
Se desvela por el día.

A veces se muerde los puños, y me mira pidiendome que haga algo.
Y no puedo hacer gran cosa.
Le doy la teta.
Le canto.
Le acuno.
Le cuento un cuento.
Le llevo al parque.
Le dejo jugar con el agua del bidé.
Le doy a chupar un pañuelo fresquito.
Le vuelvo a dar la teta.
Le damos la teta a los muñecos.
Se ríe.
Se entierra en la arena del parque.
Se moja los pies.
Hacemos los leones: groarrrrr....
Y la vaca: mmmmuuuuu...
Hacemos cosquillas.
Nos escondemos: cucú-trás.
Otro cucú-trás.

Y es que hay vida después del dolor.
Hay compañía durante.
Hay felicidad después.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Soy feliz.

Tengo la suerte de ser feliz. Inmensamente feliz. Por nada. Por todo.
Y mi felicidad no depende de nadie.
Y soy feliz porque me sale de dentro.
Y porque me lo propongo cada día: hoy un poco más.
Me quiero, me cuido, me voy aceptando, me sincero conmigo.
Procuro no mentirme, y cuando lo hago, procuro decirme la verdad, y no sobreexigirme.
A veces me duelo, me cabreo, me asusto, me agobio. Pero eso es parte de la vida.

No seré feliz porque mi hijo haga esto o lo otro.
No tiene la responsabilidad de hacerme feliz.
Es un ser libre, como yo.

Somos dos pájaros libres que ahora vuelan juntos.
Somos, en realidad tres pájaros, una familia de pájaros.
Y somos felices, cada uno a su manera.
Y el pequeño es feliz. Y me gusta, me gusta ver su felicidad, me da un placer infinito.

lunes, 27 de abril de 2009

Aguantarse la represión del dolor del otro.

Llevo unas semanas con sueño, estoy cansada. Por la noche el niño se queja, y por el día tiene explosiones de rabia. No me extraña. Tiene cuatro muelas rompiendo la encía y dos dientes rasgando poco a poco.

Está cansado, juega un rato, me pide algo y al mismo tiempo se enfada, no es lo que él quería. Lo tira. Me aparta y al mismo tiempo pide que le coja. Me acerco para besarle, me araña la cara. Luego hace pucheros y se queda mirándome con infinita pena.

Me pide que le coja, le subo, pide bajar, da dos pasos agarrado de la mano, se sienta, se enfada. Pide de nuevo subir, ahora no quiere.

Le ofrezco el puré, no quiere, ¿estará caliente? si lo pruebo yo se enfada, lo quiere él, le doy. No quiere, lo tira con la mano. Quiere agua. No teta. No agua. No puré. No teta. Llora. Teta. Se calma y se adormece en mis brazos.

Respiro. Me siento. Pienso: paciencia, él lo pasa peor que yo. Él no puede racionalizar. No sabe qué ocurrirá luego, yo sí, que le saldrán las muelas, que volverá a estar bien. Él no puede saberlo. No está luchando conmigo, sino con su dolor. Aceptar el dolor es un aprendizaje duro. Con los años que tengo y aún estoy aprendiéndolo yo misma.

Solo puedo estar a su lado, si me necesita estoy aquí. Si necesita expresar su rabia, se la aguntaré, podrá hacerlo. Si necesita llorar aquí tiene mi hombro. Si quiere desahogarse, está su mamá con él. No está solo. Soy su compañía, su apoyo, con quien sacar el dolor. En el día a día le digo lo que vamos a hacer, porque después del dolor sigue habiendo vida: hay parque, hay paseo, hay bañera, hay juegos, papá, abuelos, perrita...

Y en el futuro seguirá estando su madre, con la que puede ser él mismo. Aunque me sorprenda, aunque me gustaría que no sufriese. Pero el dolor es parte de esta vida. Y en mi aprendizaje está el aguantarme las ganas de reprimir el dolor ajeno, hacer como que no existe, o minimizarlo, o censurarlo, o sea, ir de nuevo contracorriente y desprogramarme de nuevo. Volver al respeto.

sábado, 18 de abril de 2009

de aquellos lodos...

Mi madre aún se sorprende de verme hacer cosas, como hablarle a mi hijo y decirle: te voy a dejar en el suelo, te voy a poner el abrigo, sé que te está molestando y termino rápido, confía en mí... etc. Aunque ella diga que ya no le sorprende nada.

Se sorprende cuando le digo: no le miento, no le engaño, no le falseo la realidad. Me contesta que así le hago sufrir más. Es posible. No le ahorro sufrimiento de despedidas, prefiero que sepa que su madre se tiene que ausentar un ratito, a que se asuste pensando que su madre ha desaparecido y que su abuela está misteriosamente alegre tratando de distraerle.

Y entiendo a mi madre. Creció en un contexto difícil. Por entonces no había ciudadanos de pleno derecho, eran súbditos de un jefe de estado patriarcal y autoritario. La realidad estaba falseada, no se podía hablar de casi nada en público: ni sexo, ni religión, ni política, ni nada que atufase a que alguien pensaba por sí mismo. Se elegía, sí: o la mayoría reprimida, o la subversión peligrosa. La escuela, la calle, la familia tenía que proteger a los niños para que no preguntasen, no pensasen, no cuestionasen, existía todo un mecanismo social para reprimir la conciencia. Porque ser consciente de lo que sucedía era vivir en la clandestinidad.

Y llegó la Transición. Y llegamos los niños de los 70. Y llegó el lío padre. Y aquí estamos. Repitiendo modelos que ya no servirán para nada dentro de 20 años, porque ya no sirven hoy.

Y de aquellos lodos, estos barros.
No digo que seamos perfectos, ni que lo intentemos siquiera. Solo que somos ciudadanos y nuestros hijos también.

miércoles, 15 de abril de 2009

seguir al corazón

Leí hace poco que, a partir de que el niño comienza a caminar se produce un movimiento interno en la madre. Es el de comenzar a dar órdenes: ven aquí, vete allí, trae esto, juega con aquello. Lo que produce un desconcierto en el bebé. Hasta ese momento el amor incondicional comienza a ser modelado culturalmente; dice la señora Rodrigañez, que es producto de la cultura patriarcal y autoritaria por lo que dejamos de sentir a la criatura como dueña de sí misma para tratar de modelarla a nuestra imágen, o la imágen mental que tenemos de lo que debe de ser.

Y es verdad que socialmente se produce un cambio: este niño es ya muy mayor para pedir teta, mira qué bandido cómo te levanta la camiseta; siempre se sale con la suya; mira como se pone si le niegas lo que quiere... y de ahí no hay nada al "doma el mimbre, que de joven se deja", que me pone los pelos de punta. El que hasta el momento fue una ternura, ahora parece que a los ojos de los demás se vuelve una criatura que viene a luchar contra el adulto. Y me veo a los padres, a los cuidadores, y a los abuelos bienintencionados de las criaturas peleando todo el día, tratando de enderezarles por el "buen camino".

La criatura tiene su propio criterio para desplazarse. La mía aún necesita el apoyo de mi índice para hacerlo, pero sí, me lleva dando vueltas por toda la casa. ¿Por qué habría yo de limitarlo?. ¿Qué se yo de los procesos internos, fisiológicos, neurológicos, de maduración, que se ponen en marcha en su actividad concentrada, aparentemente caótica, pero con una lógica interna?. ¿Qué sé del mensaje de amor, de respeto, de compatir que recibe?. ¿Por qué mi deseo ha de ser más importante que el suyo?. ¿Por qué he de frustrar su devenir, y qué consecuencias tendría esto a la larga?

En su juego hay un silencio apabullante, una concentración que impresiona, rota por sonidos ininteligibles. Ante esto me quedo muda, no me atrevo casi ni a moverme, hay un pequeño científico que está descubriendo el mundo, su mundo que no el mío.

Sigo observando. Sigo respetando según soy consciente, aunque es verdad que, a veces me sorprendo repitiendo modelos adquiridos. Cambiar los paradigmas es difícil. Y solo hay que seguir al corazón, al amor incondicional que sigue ahí.

jueves, 2 de abril de 2009

otro mundo es posible

Estoy pensando en el mundo del futuro.
Estoy pensando en qué mundo va a vivir mi hijo.
Y mi responsabilidad sobre ello.

Otro mundo es posible, queremos otro mundo para nuestros hijos: más respirable, más sano, más humano, más ecológico, más mejor.
Y, ¿qué hacemos para ir hacia él?

No nos podemos quedar de brazos cruzados esperando que llegue a nosotros por arte de magia. No podemos pretender que sean los niños quienes, aprendiendo de nuestro nefasto ejemplo, hagan algo diferente cuando sean adultos.

Estoy optimista, convencida de que mi hijo trae un mensaje importante. Todos los niños del mundo traen un mensaje que hay que escuchar, ya mismo, ahora.
Y es el mensaje de la Conciencia. Y del Compromiso por el cambio global. El cambio que empieza por uno mismo, íntimo, pequeño, pero muy poderoso.

Hablamos de salir de Matrix, de tomar el pulso a lo que realmente ocurre cuando queremos cerrar los ojos y no ver la realidad. Mi hijo me lo enseña cada día: mírame, mamá, mírame de dice. Y le miro. Y veo.

¿Qué puedo hacer yo?, ¿Qué herramientas puedo darle, si no sé con lo que se va a enfrentar en el futuro de este mundo cambiante?. Si las que me facilitaron mis padres no sirven ya, si lo que planearon para mí está obsoleto. No quiero cometer el mismo error.

Pienso, me devano los sesos. Y mira, lo tengo ahí delante, diciéndome: mírame, mamá. Porque realmente lo que quieren los niños es que los veamos, como son. Les ayudemos a reconocerse, a explorarse, a tomar conciencia de sus emociones, a ser sinceros consigo mismo. Nos piden empatía, compasión, creatividad, hacer equipo, y amor incondicional. Y eso es el equipo necesario para enfrentarse en la vida de adulto y salir con éxito de cualquier empresa que emprendan.

Así que, ahí estoy comprometiéndome con el futuro. Mirándome en el espejo que es mi hijo, quien me devuelve dos tazas de lo que no quiero ver en mí. Creyendo que otro mundo es posible, teniendo una conciencia abierta, siendo más ecológica, más coherente, más compasiva conmigo y mis contradicciones, y menos hipercrítica con Matrix, entendiendo más, aceptando mejor y siguiendo mi camino de cambio.

viernes, 27 de marzo de 2009

Estamos en-madrados

Qué enmadrado está este niño. Tiene mamitis. No se despega de su madre.
No dejas a mamá ni un momento. Este niño te va a consumir.
Te estás dejando. Luego va a ser tarde.
Le tienes muy consentido. Hace de tí lo que quiere.

Todos los días, varias veces al día.
Tengo que escuchar cada cosa...

Y cuando no me lo dicen directamente,
se lo dicen al niño. Y tiene quince meses.

Hay mucha presión social para evitar la vinculación afectiva con los bebés.
No está bien visto dar la teta cuando ya andan, dormir abrazados, cargarlos casi todo el día, no dejarles llorar, permitir su exploración del mundo, su juego expontaneo y caótico, su iniciativa de movilidad...

Está mal visto estar siempre disponible como campamento base.
No se entiende que para ser independiente, primero hay que ser dependiente

Tampoco está bien visto respetar los procesos internos del niño: a toda costa se nos empuja a la estimulación temprana. Si no le repites ma-má, pa-pá, ca-ca, muy clarito delante de su cara parece que no aprenderá a hablar nunca; o a caminar si no le llevas de las mamos; hay que enseñarle a encajar piezas, a abrir y cerrar, a subir y bajar. Si no lo haces, si tienes en cuenta que lo hará por sí solo imitándonos, cuando sus conexiones neuronales y su desarrollo fisiológico le empujen a hacerlo, es a lo ojos de los demás, muy "peligroso". De ahí las superventas de los Baby Einstein, los CDs interactivos, y los juguetes de luces y canciones chillonas. Nadie quie tener un hijo menos estimulado que el de su vecina.

Hay mucho miedo a que no sean seres autónomos, y a la vez seres sociales.
¿Dónde ha quedado la confianza y el repeto por el ser humano?
Los homínidos somos sociales y curiosos por naturaleza.
La humanidad se basa en el respeto al otro, el respeto íntimo a la diferencia.
Por eso la importancia del enmadramiento. Aquí radican las bases de la persona.

Por supuesto que traen libro de instrucciones: los bebés nos leen lo escrito, somos nosotros los que no escuchamos, los que nos empeñamos en no observar, no dar lo que piden, no atender sus llantos, expulsándoles de nuestro lado y privándonos de la única oportunidad de conectarnos de nuevo con nuestra humanidad más íntima.

Los bebés son generosos, están dispuestos a compartir con nosotros su descubrimiento del amor, del dolor, del miedo, de la esperanza, de la creación, la ciencia y el arte. Por eso estamos tan enmadrados, hay que estar muy juntos para no perdernoslo.

jueves, 12 de marzo de 2009

De violencias invisibles

No puedo encontrar una imagen para completar esta entrada.

Estoy dándole vueltas a una idea de Laura Gutman:

"Todo pedido que el niño manifiesta, de cualquier tipo, es inmenso si el adulto que lo materna no tolera un deseo diferente del propio. O bien si no tolera la integración y la convivencia de dos deseos.
Estamos hablando así de violencia emocional. Aunque el término nos parezca exagerado y creamos que la violencia sólo se ve en la televisión o se lee en las noticias de sucesos de los periódicos, la violencia, como fenómeno individual y colectivo, es sencillamente esto: la imposibilidad de que convivan dos deseos en un mismo campo emocional."

Ahora entiendo la lucha. Cuando subo del parque no veo más que abuelos, padres, madres, cuidadores luchando constantemente con los niños. Y entiendo cuando me dicen que si le consiento todo. Sí, todo. Porque todo no es incompatible con lo mío.

miércoles, 25 de febrero de 2009

Lenguaje intuitivo

Me encanta esta imágen. Tan irreal, tan fantasiosa.

Pero lo que quería decir es otra cosa.

El lenguaje verbal y el visual nos entretiene demasiado.

Y ahora que mi niño empieza a ver el mundo y lo señala con su dedo, empieza a hablar sin palabras. Tenemos grandes conversaciones sobre todo. En silencio, o con gestos, con pequeños sonidos de apoyo. Es el lenguaje intuitivo. Y creo que, antes de que pudiésemos articular palabras, debíamos guiarnos con esta forma de comunicación. Es la más pura, no tiene equívoco, no hay malas interpretaciones, no hay doble lenguaje, no hay falsedad.

Tampoco vamos a pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor. Ni en la pureza del ser humano prehistórico. Dejemos ese debate para otro momento.

Solo que disfruto hablando sin hablar. Mirando el mundo a través de su mirada. Me lo muestra todo, me lo comenta: le gusta, le disgusta, le da susto, le atrae, no se atreve, me lleva, quiere que se lo dé, tiene sed, hambre, está preocupado, de ese señor no me fío, me pongo contento con la música, enséñame otra vez eso, esto quema, esto pincha, está frío, descansamos un poco, bailamos, te quiero mamá.

jueves, 19 de febrero de 2009

Ñam, ñam...

Me dan una ternura... y ahora que quiere empezar a caminar, más.

Me quedo sin palabras ante esta perfección.

Solo puedo decir que soy feliz, feliz por tener esta oportunidad tan grande, como dirían en un concurso de la tele; y más feliz aún, porque es realidad, es cierto, y está aquí.

Somos testigos de la grandeza del ser humano, en esos pies.

En esa piel aterciopelada.

En la dulzura de ese olorcillo a quesito.

Le llevarán lejos de mí, cuando crezca.

De momento, disfruto teníendolos a mi lado.

jueves, 12 de febrero de 2009

El bicho



Esta mañana fuimos de cacería. Una langosta se coló en la terraza. Salimos a echarla con la escoba, no la quería matar, solo empujarla y que volase. El bicho era enorme.

Mi hijo cumplió hoy 14 meses. Señalaba el bicho y se reía. Quería tocarlo. Y cada vez que se acercaba, volaba medio metro más allá, sin saltar la barandilla. Al final, le empujé fuera, y se marchó.

El niño se pasó un buen rato señalando la puerta de la terraza, diciendo adiós, expresándome que se había ido, quería ir a comprobar que ya no estaba más allí. No era el juego del cucú-trás porque solo se marchó una vez, y no volvió.

Por la noche se lo recordé, con un: dile a papá dónde estaba el bicho. Y entonces, se puso a llorar, un llanto impresionate, una explosión, una descarga. Y entonces, me he dado cuenta de lo importante que ha sido esta experiencia para el niño. Lo impactado que se ha quedado. ¿Qué habrá sentido?, ¿qué habrá pasado por dentro de ese pequeño cuerpo?.

Ha llorado un rato, al final acurrucado, señalaba la puerta.

Y me he dado cuenta de que me he angustiado, me he perdido algo. De pronto he reconocido que este ser humano es una persona completa. Con sus emociones, con sus deseos, con sus anhelos, con sus angustias, sus miedos, y sus placeres. Y doy las gracias a la vida por la oportunidad de acompañarle, y aprender de él.

sábado, 7 de febrero de 2009

La mejor amiga

Esta es mi mejor amiga.
Pero no es cierto.
Es sólo mi perrita.
Es una buena compañera, leal y sincera.
Me cuida a su manera, y está atenta a mi estado de ánimo, siempre dispuesta.
Ahora está pasando un momento delicado en su vida, hay un cachorro humano en casa y le ha supuesto un cambio de prioridades, está elaborando el mapa de cariños de nuevo. Por el momento parece que ha decidido incluir al cachorro dentro de la manada.
Solo puedo estarle agradecida.

jueves, 5 de febrero de 2009

desde mi migraña


Desde aquí

puedo verlo todo.

Y a la vez tengo los ojos cerrados, me vuelvo fotosensible.

Este síntoma me acompaña desde hace años, y la maternidad me lo agudiza. Me peleo con el dolor, me desespero, pruebo tratamientos, y nada me consuela.

Ahora me dejo llevar, donde el dolor quiera, a ver qué pasa. Y de momento no veo nada, pero veré.

lunes, 2 de febrero de 2009

Qué de inconvenientes


Estábamos reunidos con otros padres e hijos, la nena de 3 años quería algo, y hasta que no dijo la palabra "mágica": por favor, no le fue concedido el deseo. Era un vaso de agua.


Pero, ¿a qué clase de adiestramiento sometemos a nuestros cachorros?


Aún me acuerdo entre avergonzada y rabiosa, a mi madre: "¿cómo se dice?", y yo entre dientes: "gracias, por favor, gracias, gracias...."

Un amigo me dijo una vez que no hacía falta, entre amigos sobra.

Y entre familia.


A veces, te sale del corazón, está bien, te ha salido.

Y entonces es un regalo.

Pero cuando se repite demasiado, es frase hecha, hueca.

Los niños son agradecidos por sí mismos, una mirada, una sonrisa, un gesto, son regalos.


Vamos a dejarles ser.

¿Podremos?

sábado, 31 de enero de 2009

El largo y frio invierno



Se me está haciendo eterno, tengo unas ganas locas de que llegue la primavera. Incluso ha nevado en esta latitud en la que no acostumbra. Me aburren los catarritos, los mocos, las toses. Estoy deseando quitarme ya el abrigo, llevar a mi niño en brazos y besarle las orejas sin gorro. Pero, ¿cuánto queda aún?


Entiendo que deba de ser así, aunque mi corazón se está congelando sin remedio. Cada día más fría para lo que menos me importa, y me asusta.

viernes, 30 de enero de 2009

Excedida


A veces me paso.

Otras no llego.

Pero ayer me pasé tres pueblos.

Demasiadas explicaciones, demasiadas disculpas después.

Esta excedencia hace excederme más de lo acostumbrado.

Esta alteración de la conciencia me trae por el mal camino.

jueves, 29 de enero de 2009

Vámonos a vivir al campo


Todos los días lo digo, en alto o en bajito. Vámonos de la ciudad, vámonos a un pueblo. Y de qué viviremos allí. No sé. Pero vámonos, cerca del mar, cerca del aire, cerca de la hierba. Criemos a la criatura lejos del tráfico, del ruido, de la contaminación, de las prisas. Y me parece un sueño. Soñemos.

miércoles, 28 de enero de 2009

una más contra el estivil


Me comentaban unos abuelos que a su nieta le dejaban llorar en la cuna. La madre le acuesta a las 9, y la nena llora (tiene 5 meses), la madre controla el tiempo en un relog, y acude al rato, la nena calla mientras la madre está con ella, silencio, y la madre sale de la habitación, la nena vuelta a llorar, y la madre vuelta a controlar el tiempo. Mientras me lo contaban, ponían caras de gravedad, algo muy importante estaba ocurriendo. La nena llora y llora, y la madre vuelve a acudir, la nena calla, el silencio. Y sale de la habitación, con nuevos lloros. Cada vez más apaciguados, cada vez más agotados, hasta que solo se oye el silencio. Y la madre, suspira. Y los abuelos, acongojados por dentro, intentan una conversación que tape lo ocurrido.


Me pregunto si esto es ético, si es práctico, si es adecuado, si es importante... Imagino la tensión ambiental, la tensión del bebé, claro, de la madre, de los abuelos que presencian esta escena. Noche tras noche, día a día.


¿Qué mensaje daremos a estos niños?, ¿Cuál es el poder que se ejerce?, ¿Qué grado de violencia soterrada?, ¿Qué más puede hacer un bebé?.


Me parece una barbaridad. Cuando me lo contaron, miré a mi nene, y les dije: nosotros, menos mal que no tenemos que andar haciendo eso, nos vamos juntos a la cama haciéndonos cosquillas. Qué suerte, contestaron.


Sí qué suerte tengo.

martes, 27 de enero de 2009

estoy en excendencia comienza hoy


Hola, cómo estás me preguntan. En excendencia, y realmente qué significa eso? Para muchos serán unas vacaciones no pagadas, para mí un periodo de dedicación a la crianza de mi hijo. Y la crianza es un trabajo duro, arduo, con remuneración simbólica, y lleno de conflictos. Los compañeros de trabajo son majos, arriman el hombro siempre que pueden, pero este trabajo implica una alta responsabilidad por lo que a veces siento la soledad del alto cargo.

A traves de este Blog quiero ir dejando algunos pensamientos y hechos acaecidos durante este tiempo "muerto" laboralmente, y lleno de vida, de la vida auténtica que sospechaba estaba delante de mis narices, y que ahora me encuentro llena de alegría.