miércoles, 29 de julio de 2009

La consciencia desde el principio.

Cuando parí mi niño estaba eufórica. Salí caminando del paritorio, tenía ganas de decirle a todos: he parido, he parido, he parido! un subidón enorme.

El parto fue un trabajo inmenso, un trabajo en equipo. Hice la dilatación caminando por el pasillo del hospital, entre la sala de espera de maternidad y la de pruebas urológicas. Recuerdo que había un montón de viejos pendientes de su próstata, me miraban de tanto en tanto. Pensé que lo suyo era vejez, y lo mío juventud, la vida comenzaba en aquel momento.

Cuando me apretaba el dolor, a la altura de los riñones, me agarraba a la pared, trataba de agacharme, respiraba profundamente y contaba: 1,2,3,4,5.... mi compañero presionaba con sus manos mi espalda, en un masaje liberador, y yo visualizaba las olas del mar, ahora llegan a la orilla, olas de dolor, a cada contracción más cerca estaba de ver a mi hijo, por fín. Cada ola traía un estado de concentración único, me metía cada vez más en mí misma, y en conectarme con mi niño: le decía, venga, desciende, venga, rota, venga, deslízate suavemente, te llega mi amor, te llega mi oxígeno, estamos trabajando muy bien, todo está bien, estamos juntos los tres.

Fueron unos momentos de marea viva, de pronto todo cesaba, bebía agua, descansaba, miraba a los ojos de mi chico y veía que estaba allí, muy cerca, muy conectado. Y de nuevo las olas.

Cuando sentí las ganas de empujar éstas vinieron de improviso, la sensación era de una presión enorme en la zona baja del vientre, y dije: que viene, que está aquí. Si me hubiese quedado en el pasillo posiblemente me hubiese puesto de cuclillas o de rodillas, y en dos empujones hubiese nacido Pelayo. Pero alguien dijo: vamos dentro, y entonces, mi cerebro consciente hizo lo que la madre naturaleza proyecta, entró en miedo, y paró el proceso.

Dentro se pusieron nerviosas las comadronas, no empujes, y cómo se hace? piénsalo, controla, y claro, ahora sé que si piensas no dejas al cuerpo seguir su instinto. Hasta que dije, lo tengo aquí mismo y ahora, entonces ellas entendieron que conmigo no había nada que hacer, que mi instinto era más fuerte que mi razón, que el parto venía rápido. Las contracciones fueron más y más seguidas, las olas agitaban el océano, me mecían, me llevaban, dejé salir el grito, me decían no grites y me daba igual, era un canto de sirena, era una llamada desde lo más profundo: ven, ven, te espero.

Lo que llaman expulsivo fué rapidillo, el niño era pequeño, tenía prisa. Ya no había dolor de ningún tipo, era otra cosa, un éxtasis, como un orgasmo. De verdad, una sensación única de placer. Y de pronto tengo encima un niño: caliente caliente, húmedo, me mira, me quedo enganchada en esa mirada: soy tu mamá le dije, y me miró, él ya lo sabía. Me sentí orgullosa de mi niño, de mí misma, de mi compañero. Me sentí en paz, una paz eterna.

Me despedí de mi placenta, ese órgano creado expresamente para cuidar a mi niño durante tanto tiempo, esa masa viscosa, caliente, palpitante. Si hubiese sido yanomami la hubiese enterrado bajo mi hamaca, si hubiese sido nipona me la hubiese comido. Pero como estábamos en un hospital debieron de tirarla después de que les pidiese tocarla. Adiós, dije, gracias.

Y por qué cuento esto ahora? por qué después de tantos meses? Porque aún hay quien dice que el parto es un riesgo innecesario, que es doloroso, que es un asco, que debiera ser evitable. Porque es peligroso pensar así. Es cierto que gracias a las cesareas se salvan la vida de la madre y del hijo en un montón de casos, menos mal que existe. Y a la vez, las mujeres hemos de reivindicar nuestros partos, somos poderosas diosas que damos vida, somos una fuerza de la naturaleza encarnada en nuestro vientre, estamos preparadas para parir, como para comer, dormir, defecar, es algo tan natural como fisiológico. Y a la vez es una experiencia única, la posibilidad de ser consciente desde el principio de la vida, de poder dar la oportunidad de salir por sí mismo a un hijo. Sí, el bebé tiene que rotar, tiene que descender, tiene que empujar, tiene que gritar, tiene que currárserlo. Y todo adquiere un sentido. La vida tiene sentido, no despojemos del mismo al parto. Seamos valientes, escuchemos nuestros cuerpos, nuestro sentido común, nuestras ganas de locura. Seamos locas, porque la razón tapa la herida y hemos de dejar salir el dolor para ganar el cielo.

martes, 21 de julio de 2009

CRIAR magazine

CRIAR magazine

Shared via AddThis

Gracias, majo.

Ahora que ando con papeles para renovar la excedencia, me planteo muchas cosas. Por un lado me entran sudores fríos al pensar en volver al curro algún día. Y es que me he desconectado de tal manera, que lo que antes podía ser atractivo, ahora se presenta como tedioso. Por otro, pues que sí que me veo trabajando, quizás no en el mismo curro de antes, pero soy una mujer trabajadora, de eso no hay dudas.

Mi educación fue la de tantas: hija, tú estudia para ser algo el día de mañana. Hija, tú trabaja para no tener que depender de nadie. Hija, gana tu dinerito... Entonces, el trabajo del ama de casa estaba denostado, era un atraso, herencia del pasado. Las que no trabajaban fuera de casa posiblemente eran mujeres sin mucha formación, sin muchas posibilidades laborales. También es cierto que las mujeres habían estado a la sombra del hombre durante años. Y socialmente, en este mundo mercantilista, en esta sociedad capitalista de consumo, la mujer tenía que competir con hombres y con mujeres para salir a la calle. Quizás ahora las cosas han cambiado. No radicalmente, un poco.

¿Y en mi caso? No son pocas las amigas que me preguntan: ¿cuándo te vas a incorporar?, y me aconsejan: "no ves, que el niño crecerá y tendrás que ocuparte en algo, que no te va a necesitar...
¿te vas a quedar siempre en casa?, ¿no te vas a aburrir?, qué pena desperdiciar así tu formación, tu currículum, tu experiencia ".

En cualquier reunión social, surge la pregunta: ¿tú que eres?, si digo madre, sí, pero qué más.
Definitivamente, lo laboral conforma el ser. Y por eso muchas mujeres actualmente no se encuentran "siendo" dentro de casa. Es una carga: las cargas familiares. Me horroriza esa expresión: mujer con cargas.

Yo sigo siendo dentro. Y fuera. Sigo siendo yo. O a lo mejor, no. Ya no he vuelto a ser la de antes. Es verdad que en mí se ha producido un gran cambio interior. Pero eso va seguir así trabaje fuera o me quede en casa.

En un principio me encontraba como "de prestado", es decir, sentía que mi chico trabajaba para mí. Que le debía algo, como ir acumulando un crédito porque él trabajaba por los dos. Ahora siento que cada uno hacemos un trabajo distinto. Que el suyo es duro, ha de salir de casa, y trae la caza a la cueva. Y el mío es duro igualmente, asumo más responsabilidad en la crianza de la criatura, y la cueva ha de estar en condiciones para vivir en ella. Ya no estoy de prestado. Hemos repartido los puestos en este equipo, y funciona.

¿Y qué ocurre con mi felicidad? Pues lo mismo que ocurría antes; que sigo trabajado para ella.

Soy feliz así. Y estoy agradecida a mi compañero de equipo.

Gracias, majo, estamos haciendo algo importante entre los dos. Gracias por tu soporte. Por ponerme los pies sobre la tierra miles de veces este año, por tu paciencia, por tu escucha, por tu energía masculina, por tu saber estar ahí, por tu amor que me inunda.

Gracias. Porque sigo siendo y tú me ves como soy.