sábado, 18 de abril de 2009

de aquellos lodos...

Mi madre aún se sorprende de verme hacer cosas, como hablarle a mi hijo y decirle: te voy a dejar en el suelo, te voy a poner el abrigo, sé que te está molestando y termino rápido, confía en mí... etc. Aunque ella diga que ya no le sorprende nada.

Se sorprende cuando le digo: no le miento, no le engaño, no le falseo la realidad. Me contesta que así le hago sufrir más. Es posible. No le ahorro sufrimiento de despedidas, prefiero que sepa que su madre se tiene que ausentar un ratito, a que se asuste pensando que su madre ha desaparecido y que su abuela está misteriosamente alegre tratando de distraerle.

Y entiendo a mi madre. Creció en un contexto difícil. Por entonces no había ciudadanos de pleno derecho, eran súbditos de un jefe de estado patriarcal y autoritario. La realidad estaba falseada, no se podía hablar de casi nada en público: ni sexo, ni religión, ni política, ni nada que atufase a que alguien pensaba por sí mismo. Se elegía, sí: o la mayoría reprimida, o la subversión peligrosa. La escuela, la calle, la familia tenía que proteger a los niños para que no preguntasen, no pensasen, no cuestionasen, existía todo un mecanismo social para reprimir la conciencia. Porque ser consciente de lo que sucedía era vivir en la clandestinidad.

Y llegó la Transición. Y llegamos los niños de los 70. Y llegó el lío padre. Y aquí estamos. Repitiendo modelos que ya no servirán para nada dentro de 20 años, porque ya no sirven hoy.

Y de aquellos lodos, estos barros.
No digo que seamos perfectos, ni que lo intentemos siquiera. Solo que somos ciudadanos y nuestros hijos también.

1 comentario:

Rebe dijo...

100% de acuerdo. Yo tampoco le miento, ni falseo la realidad. Le cuento lo que vamos a hacer. Cuento con su opinión (aunque tenga 2 años). En definitiva, mi palabra clave viene siendo EMPATIA.